lunes, 28 de diciembre de 2009

Muerte en Venecia



Tadzio y Stauffenberg


Para el personaje de Tadzio, en la película La muerte en Venecia, Luchino Visconti pensó primero en el pre-adolescente Miguel Bosé de la época. Pero Miguel Dominguín no lo consintió. El músico Gustav von Aschenbach ( en la novela homónima de Thomas Mann era escritor) del film, enamorado de la belleza perfecta de Tadzio, y que muere en la playa del Lido de Venecia, delante del Hotel des Bains, entre convulsiones y sudores que le derriten el tinte del pelo, era demasiado para el machista torero.

Visconti lo presentó como un trasunto del Músico Gustav Mahler; Aschenbach, como éste, buscaba la belleza exenta de emoción, la belleza en sí que predicaba Platón en Fedro y El banquete. A su vez Thomas Mann parece que se inspiró para el personaje de Von Aschenbach, enamorado del bello joven, ni más ni menos que en el célebre poeta alemán del período de entreguerras Stefan George.

Stefan George
a su vez era mentor del coronel Claude Von Stauffenberg, que intentó asesinar a Hitler colocando un maletín con una bomba dentro debajo de una mesa en medio de una reunión de mandos, presidida por el propio Führer, para planificar operaciones de guerra. Sólo consiguió herirlo levemente y fue fusilado por ello al cabo de pocos meses. Tom Cruise acaba de protagonizar una película sobre el evento.

George no sólo estaba interesado por la literatura y cultura, sino que tenía un ideario moral, una suerte de religión heroica y preservadora de la esencia de la Alemania eterna. Los nazis intentaron atraerlo a sus ideales, pero Stefan era demasiado elitista, le resultaba muy vulgar el nacionalsocialismo. A su muerte, en 1933, los hermanos Stauffenberg, tomaron el relevo de sus enseñanzas.

La veneración de S. George por dicha familia, que eran insultantemente guapos , y sus ideales heoricos y de belleza , inspiró a Thomas Mann para el protagonista de su obra La Muerte en Venecia.





domingo, 20 de diciembre de 2009

Lord Byron escondía algo


Fue el primer escritor auténticamente venerado por las masas, el equivalente literario a lo que hoy sería una estrella del rock and roll. George Gordon Byron sólo tenía 24 años cuando el libro La peregrinación de Childe Harold lo convirtió en una auténtica celebridad.

"Una mañana me levanté siendo famoso" resumiría el propio Lord Byron al referirse a la velocidad con la que alcanzó notoriedad. Tal era su fama que el día de 1814 en el que se puso a la venta en Inglaterra El corsario la gente se dio de bofetadas para hacerse con la obra, vendiéndose en una sola jornada nada menos que 10.000 ejemplares.

La fama literaria de Byron siempre se vio alimentada por el carisma personal del escritor. Su ingenio, su encanto, su belleza física y su origen aristocrático, unidos a su inteligencia y a su alocada vida sexual, contribuyeron a hacer de él una estrella. «No le mires a los ojos», ordenaban las madres a sus hijas, en la creencia de que una sola mirada del poeta bastaría para empujarlas a la perdición.

Sin embargo, tras la leyenda de seductor irresistible que el propio Byron siempre se encargó de fomentar (se jactaba, por ejemplo, de haber tenido al menos 200 amantes en los dos años que vivió en Venecia entre 1817 y 1819) se escondían los denodados esfuerzos de un hombre por ocultarle al mundo su naturaleza homosexual.
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Pero Fiona MacCarthy, autora de Byron: Vida y Leyenda sostiene que aunque Byron realmente se divertía conquistando mujeres, su verdadera naturaleza le hacía sentirse atraído hacia los jovencitos.

En opinión de esta estudiosa, Byron utilizaba sus aventuras sexuales con mujeres para ocultarse a sí mismo y a los demás sus inclinaciones exclusivamente homosexuales. Fiona quita importancia al affaire que durante cinco largos años mantuvo el poeta con la condesa italiana Teresa Guiccioli, a la relación incestuosa que protagonizó con su media hermana Augusta, al romance con Lady Caroline Lamb

Los anhelos sexuales del escritor siempre se dirigieron hacia personas de su mismo sexo. Desde un jovencito de 15 años que cantaba en el coro de la Universidad de Cambridge, de quien Byron se enamoró (parece que castamente) mientras estudiaba allí, hasta el chico griego del que cayó prendado durante los últimos meses de su vida sin llegar a ser correspondido.

De hecho, MacCarthy está convencida de que el motivo por el que en 1816 Lord Byron abandonó Inglaterra, para no volver jamás, fue por miedo a ser condenado por su homosexualidad. En aquel tiempo, la sodomía era un delito que se castigaba con la pena capital.

Lord Byron fue uno de los primeros autores en darse cuenta de la enorme importancia que, incluso para un escritor, tiene su imagen. Y, desde muy joven, se desveló como un experto manipulador de su propia apariencia. Sabía todos los trucos para sacarle el mejor partido a su figura y a su aspecto lánguido y a sus rizos negros.

Ya en 1807, a la edad de 19 años, se empeñó en utilizar uno de sus retratos para promocionar Horas de ocio, su primer volumen de poemas distribuido comercialmente.

Es posible que la obsesión que Byron demostró siempre por su físico fuera en parte resultado de la malformación en el pie derecho con la que nació. El caso es que el poeta siempre se esforzó por controlar las representaciones que en su tiempo se hicieron de él para consumo de sus fans.
Al menos 40 retratos distintos de Lord Byron se realizaron en vida del poeta.

Cuando Lord Byron estaba escribiendo su célebre poema Don Juan, dedicado a la figura del di, libertino, había cumplido ya los 30 años. Era, para su época, un hombre en el umbral de la vejez. Además, su aspecto era lamentable: había engordado, se estaba quedando calvo, la cojera era más acentuada que nunca y él mismo se consideraba físicamente acabado. No obstante, en Venecia perseguía a toda hembra y tras poseerla se dedicaba a divulgar por toda la ciudad los caracteres de su conquista.

Entonces conoció a Teresa Guiccioli, condesita de 19 años destacadamente tonta, según todos los biógrafos, de una vanidad y una testarudez enormes, pero agraciada en el físico. A los ojos de Byron tenía un atractivo peculiar: estaba casada con el conde Guiccioli, tipo riquísimo, sin escrúpulos, enemigo del Papa y con un robusto físico de 60 años. La joya del viejo conde era una presa irresistible. Sería la última.

La historia de Lord Byron y Teresa no tiene nada de romántico, aunque los personajes se empeñaran en creerlo. El marido se dejó poner los cuernos porque el dinero y los contactos de Byron le gustaban más que su esposa. A la niña le chiflaba que la vieran con el célebre lord a sus pies. Los burgueses de Ravena y de Venecia se morían de risa. De modo que fue el pobre Byron quien hubo de poner sensatez en aquella historia, el que limitara la codicia del marido, el que mantuviera una actitud convencional y prudente para evitar las maledicencias, y quien, tras producirse la separación, propusiera el matrimonio.

Quizá asqueado por el papelón, Byron no tuvo más remedio que convertirse en un héroe. Salió huyendo de la condesa hacia el Egeo para ayudar en su lucha por la independencia a los nacionalistas griegos (que le robaron ipso facto), y al poco murió decentemente en Missolonghi. De enfermedad.

martes, 15 de diciembre de 2009

La felación en el Egipto faraónico



Set sostiene una deidad y una sacerdotisa le hace una felación.

A finales del siglo XIX, Sigmund Freud, diferenció tres etapas en los orígenes de la sexualidad humana: la oral, la anal y la genital. Desde que nacemos, el primer placer nos llega a través de la boca cuando mamamos del seno materno, una sensación de bienestar que queda almacenada en la memoria y que tratamos de reproducir posteriormente a través de los besos, que también pueden efectuarse en la zona genital.

Desmond Morris, explica en su libro El mono desnudo cómo el hombre primitivo utilizaba la boca para dar y obtener placer con su pareja. Al parecer, en los primeros contactos, los besos se repartían principalmente entre el cuello y los lóbulos de las orejas y, posteriormente, en los genitales. El macho se dedicaba a lamer el clítoris de la hembra -cunnilingus (del latín cunnus, vulva y lingere, lamer)- y ella a chupar el pene de su compañero -felación (de fellare, chupar)-.

En contra del tópico y mal que le pese desde el cielo a Terenci, la iconografía erótica del antiguo Egipto representa muy escasas felaciones y abundantes cópulas a tergo que aparece especialmente representada en los ostracas (fragmentos de piedra caliza con bocetos informales dibujados) A tergo es decir, por detrás pero por vía vaginal. Hay pocas representaciones de la cópula humana en la iconografía egipcia y la que aparece con más frecuencia es esa posición con el hombre penetrando a la mujer así. Eso ha llevado a suponer que se trataba de una práctica habitual, quizá la forma característica de hacerlo en el antiguo Egipto.

Pero el caso es que en el análisis de la conducta sexual de 190 culturas humanas de Beach y Ford (Conducta Sexual humana, 1955), no aparecía ninguna en la que fuera preponderante la cópula a tergo. ¿Por qué iba a ser una posición canónica entonces en el Egipto faraónico? Es posible que esas representaciones no plasman en realidad cópulas a tergo sino en su mayoría sexo anal. Se puede considerar que se trataría de demostraciones de poder sobre el partenaire (la sodomización lo era en el Egipto faraónico; pasividad = debilidad) y que los protagonistas serían ambos masculinos en una proporción mayor de lo que parece.


Entonces, si los egipcios no lo hacían mayoritariamente a tergo, ¿cómo lo hacían?. Es significativo lo poco que aparece el acto sexual en general en el mundo egipcio, antes de la época grecorromana. Existe una relativamente abundante iconografía en lo referente al acto sexual entre divinidades pero poquísima en el ámbito humano, poco más de una treintena de cópulas en total. Ciertamente, los egipcios contaban en su panteón con el dios Min, en perpetua erección; Hathor que podía ser bastante desinhibida, y Geb y Nut y Osiris e Isis (cada pareja por su lado) lo hacen de manera recurrente en imágenes por todo Egipto. Pero se trataba de cópulas sagradas.


En cambio, del ámbito privado, cotidiano hay muy poca cosa, los ostracas, algún grafito como el de Uadi Hammamat. Y el excepcional papiro erótico de Turín, de época ramésida, en el que aparecen dibujadas una serie de encuentros sexuales muy explícitos entre hombres mayores con grandes penes y mujeres jóvenes en lo que se ha interpretado a menudo como escenas de un burdel. En el papiro hay nueve escenas de cópulas, tres a tergo. Los rasgos de hombres y sus desmesurados miembros y las posturas acrobáticas de las mujeres sugieren que estamos ante una pieza satírica, pero la verdad es que no se sabe el propósito del papiro, que es un ejemplar único. El papiro de Turín podría recoger el recuerdo de un personaje de sus vivencias en un lupanar, encargado por él para su solaz personal.


Aparte de la cópula a tergo, está acreditada en Egipto la posición del misionero, pero sólo se han encontardo un par de escenas. También existe alguna representación de lo que parece sexo en pie. En los textos asoman algo de fetichismo, algunas alusiones a pedofilia, chaperismo y zoofilia. Nada que se pueda comparar a la proliferación de escenas sexuales en Grecia o Roma (piénsese en Pompeya). La felación no está muy documentada -si exceptuamos el contexto sagrado y que algún dios incluso se la hacía a sí mismo-, mal que le pudiera pesar como decíamos al querido Terenci.


¿Eran un pueblo pacato los egipcios? Eran explícitos en textos sagrados pero no, en general, en los profanos. Si no existiera alguna especie de tabú, la cópula aparecería representada gráficamente de manera más abundante y oficial. Por ejemplo, en el contexto funerario. La fama de descocados de los egipcios les viene de las fuentes clásicas grecolatinas que imaginaron Oriente como lugar de lujo y lujuria. La propaganda romana contra Cleopatra, tachándola de libertina, también puso su grano de arena. Los egipcios iban poco vestidos por el calor y el desnudo es habitual en la representación de los trabajadores. Eso puede resultar erótico para nosotros pero seguramente no lo era para ellos. Sucede lo mismo con las transparencias de los vestidos. Quizá la marcada sexualización de las mujeres tenía algún significado relacionado con la fertilidad más que con el erotismo. Todo ello no quiere decir que para los egipcios el sexo tuviera connotaciones pecaminosas en el sentido judeocristiano. El acto sexual con penetración no presentaba, según explica Lynn Meskell en La vida privada en Egipto (2002) connotación ninguna, ni positiva ni negativa. Se lo denominaba simplemente nk.